!Diego, qué
emocionante, hermano!
por Pablo Forlán
Lo vi por televisión,
debo confesarlo porque de haber estado en La
Bombonera el corazón me hubiese temblado, y
decididamente fue lo más emocionante que en lo
personal haya vivido a lo largo de mis 56 años.
Y vuelvo al principio: ¿como habrá sido estar
allí en La Bombonera durante esas 4 o 5 horas de
ese sábado de noviembre de 2001, fecha
inolvidable para todo aquel que se sienta
auténticamente amante del deporte, sean
argentinos o no, y que disfrute plenamente, con
los ojos rojizos o directamente a puro llanto el
homenaje -nunca la despedida- a ese grande a
secas que fue y será Diego Armando Maradona.
Por personas y
futbolistas como Diego es que queremos tanto a
este bendito deporte que es el fútbol. A decir
verdad, el espectáculo de La Bombonera fue
impresionante y la moción se me anudó en la
garganta hasta que se me dispararon las
lágrimas. Lo vi por televisión, y por supuesto
con los audífonos puestos para escuchar esa voz
tan entrañable como la de ese otro amigo que es
Víctor Hugo Morales acompañado de Alejandro Apo,
y debo decir que por momentos se me puso la piel
de gallina.
No hay que explicar
nada: Diego fue un directo al corazón.
Impresionante, insisto. Yo tuve mi despedida
como futbolista del San Pablo, en Brasil,
jugando contra Flamengo y, por otro lado,
participé de otras dos despedidas, la de aquel
memorable puntero derecho endiablado como Mané
Garrincha y la de aquel cinco del que emanaba
autoridad y hablo del argentino y boquense
Rattin, un centrojás a la antigua famoso por
aquella picardía que le hizo a la mismísima
Reina de Inglaterra durante el partido contra
los ingleses en Wembley durante el Mundial de
1966.
Pero nada,
absolutamente nada puede compararse, nada puede
igualarse con el homenaje a Diego Maradona. Lo
que ocurrió el sábado en la cancha de Boca
Juniors, en fin, yo no recuerdo -tal vez los
lectores puedan ayudarme- haber visto algo
semejante, tan vívido y conmocionante con toda
la gente en lágrimas: imágenes demasiados
fuertes y, por cierto, una lección ejemplar de
amor y pasión que creo nunca volveré a ver. La
gente estuvo alentando todo el tiempo, sin
parar, sin medir si eran dos o tres horas, con
sus banderas flameando en todos los lugares del
estadio, los papelitos, los adultos y los
adolescentes, los chiquilines y las señoras.
Diego se desmitificó
frente a la gente que, paradójicamente, volvió a
miticarlo.
Es un héroe y, según me decía mi hermano cuando
comentábamos el tema por teléfono, Diego es un
antihéroe y el único que pudo reunir voluntades
de todos los colores, esa unidad que no logran
otros. Le doy la razón al Raúl: para mí Diego,
héroe o antihéroe, no me vengan con juegos de
palabras ni análisis de psicoanalistas, es uno
de los grandes de todos los tiempos, tal vez el
más grande. Y me hizo llorar.
(Artículo publicado en
Realidad Semanal, 2001)
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