LLEGARON JOSE LUIS
CHILAVERT Y JULIO DELY VALDEZ APRENDER ES LA
TAREA
por Pablo Forlán
Qué
importante es traer de nuevo jugadores de
envergadura a nuestro país. Y, por lo tanto, qué
bien le hace al fútbol uruguayo la llegada de
jugadores de la talla -por ejemplo- del arquero
paraguayo José Luis Chilavert y del centro
delantero panameño Julio Dely Valdez. Jugadores
de una intensa y valiosa trayectoria y, a la
vez, jugadores que comprobaron sus respectivos
talentos ante las exigencias de la más alta
competencia internacional.
Son futbolistas -y como también ocurre con Pablo
Bengoechea, Ruben Sosa o Gabriel Cedrés- que
contagian con sus aptitudes, su carisma y su
personalidad y que, en definitiva, se convierten
en espejos extraordinarios para todos aquellos
niños o adolescentes y aun para profesionales
que seguramente aprenderán de su manera de ser y
de jugar dentro de un campo de juego.
Digo y afirmo esto a partir de mi propia
experiencia, ya que cuando yo llegué a
Montevideo en 1963 desde Mercedes, mi ciudad
natal, a jugar en la cuarta de Peñarol, mi
posición era la de centrojás -como se decía por
entonces- y junto a la veintena de muchachos que
vivíamos en una pensión de Pocitos -y con la que
compartíamos las mismas ilusiones de estar en
primera división-, no nos perdíamos partido
alguno ya fuese de Peñarol o de Nacional.
Se trató del tiempo de aprendizaje más
puntilloso y seguramente el más fecundo, donde
todo es novedad y enriquecimiento individual y
colectivo. Me iba siempre a la Tribuna Amsterdam
para seguir con mayor panorama los movimientos
de los futbolistas que jugaban en mi posición, y
pienso entonces en Néstor Tito Goncalvez (y que
al año y medio fui su compañero en la primera de
Peñarol, aunque tuve que desplazarme a una
posición totalmente nueva como fue la de lateral
derecho). Por otro lado, seguía en Nacional a
otros dos grandes jugadores como lo fueron Ruben
González y Eliseo Alvarez; también hacía lo
mismo con Ica, jugador de Cerro o con el gran
Zito, un notable del notable Santos de Pelé,
entre otros tantos.
Aprender era, es y seguirá la tarea. Ver modos
de juego y sus respectivos movimientos, cómo
corrían la cancha, cómo se mandaban al ataque,
cómo hacían los relevos, cómo se refugiaban en
la línea defensiva a la hora de defender,
etcétera. Cuánto aprendí viendo estos
futbolistas y que, al poco tiempo de llegar a
Montevideo, los tuve como rivales, nobles
rivales y mejores personas. Y de ellos les puedo
contar, a grandes rasgos, que Tito Goncalvez era
un jugador con una presencia exuberante en la
mitad de la cancha, manejando como pocos los
tiempos de defensa y de ataque, con voz de
mando, siempre bien plantado y sobre todo
altamente respetado por sus rivales.
Qué decir de Ruben González, un jugador con un
manejo de pelota como si se tratara de un
malabarista que la jugaba siempre bien en corto
o en largo y con una inventiva sorprendente, en
pocas palabras un exquisito. Cómo no fijarse en
él y en sus movimientos refinados y cómo no
aprender de un futbolista que nunca hacía una de
más, pese a su virtuosismo y a su tremenda
capacidad técnica. Tampoco puedo olvidarme de
Eliseo Alvarez, compañero mío -al igual que
Goncalvez- en el Mundial de 1966 jugado en
Inglaterra, un mediocampista de temperamento con
buen manejo de pelota, un incansable todo
terreno (a la manera que hoy es el Pato Sosa) y
con una garra y personalidad que, en un partido
hacia 1962, se fracturó una pierna y ni siquiera
solicitó el cambio, siguió jugando como si nada.
También puedo citar al argentino Rattin, un
emblema de Boca Juniors durante la década del 60
y parte de la del 70, y otro jugadorazo con voz
de mando y un carisma que se hacía sentir a
favor de sus compañeros y generando presión en
los ocasionales rivales. Podría hacer una lista
interminable de futbolistas. Son muchos,
afortunadamente. Y de todos aprendí esas cosas
que después uno emplea de la mejor manera
posible en el campo.
Por eso reitero: qué importante son las llegadas
de Chilavert y Dely Valdez. Posiciones
diferentes, claro está, pero ejemplos indudables
de futbolistas que han marcado su diferencia -que
tendrán su duelo personal seguramente el día del
próximo Peñarol-Nacional- y de los cuales puede
aprenderse montones. Y pienso: qué lindo sería
el poder ver, en un par de años, de vuelta por
el fútbol uruguayo a los Paolo Montero, a los
Gustavo Poyet, ejemplos de grandes personas y
grandes profesionales.
Todos
estos apuntes, en realidad, van dirigidos a los
más jóvenes. A los jóvenes que aman este deporte
hermoso que es el fútbol y que enseña, por fuera
de todo merchandising, una manera de vivir y una
manera de ser que en la mayoría de los casos es
noble. Por lo tanto, el lema es aprender.
Aprender con aquellos que hicieron historia y
nos conmovieron o nos
provocaron el asombro.
(Artículo publicado en Caras y Caretas, 2003) |